JUAN Bosco llega a Turín (1841)

Novel sacerdote, Don Bosco entra en el Convitto Eclesiástico de Turín, siguiendo el consejo de don José Cafasso. Allí aprenderá de verdad a ser sacerdote. Durante este tiempo de ejercicio y aprendiaje pastoral (1841-1844) madurará su opción preferencial por los jóvenes en peligro y la concretará eligiendo el Oratorio como campo ordinario de trabajo apostólico.

Conocer quiénes eran los muchachos “pobres y abandonados” en el Turín de los años cuarenta del siglo XIX y cuál era la situación política que vivió la región del Piamonte tras la revolución liberal de 1848, nos ayudará a contextualizar mejor el período en el que Don Bosco, residente y estudiante en el Convitto Eclesiástico primero, y capellán al servicio de las instituciones caritativas de la marquesa Barolo, después (1844-1846), toma la opción definitiva de trabajar por los jóvenes y comienza a verse como sacerdote para los jóvenes dirigiendo oratorios.

Don Cafasso, director espiritual de Don Bosco

LA REALIDAD JUVENIL EN TURÍN A MEDIADOS DEL SIGLO XIX

En aquellos años centrales del siglo XIX, en Turín, una de las ciudades que con más fuerza iba a participar de la Revolución Industrial (aunque con bastante retraso respecto al foco inglés) ya había una cierta preindustrialización, centrada sobre todo en el sector textil, que ocupaba a abundante mano de obra no cualificada. Había un gran número de tiendas y un “boom” en la construcción y en los trabajos relacionados con ella. Cuestión esta, relacionada, como en otros lugares, con un fuerte crecimiento demográfico y crisis en el mundo rural. Ambas realidades provocaban un continuo y masivo movimiento de la población más pobre, del campo a la ciudad. Turín vio multiplicarse por 5 su población a lo largo del siglo, pasando de unos 65.000 a 325.000, con un crecimiento impresionante, precisamente en esos años centrales del siglo XIX.

Los problemas sociales y económicos se hicieron muy graves para los pobres.

Grupos de empobrecidos y desesperados procedentes del campo se instalaban donde podían, especialmente en los barrios periféricos que surgieron en torno al río Dora y su desembocadura, superpoblados, donde las condiciones de vida de obreros y de gente sin trabajo era deplorable en todos los sentidos: viviendas insalubres, malnutrición y hambre, falta de higiene y malas condiciones sanitarias…, y por tanto, enfermedades, prostitución y abuso de menores, abuso de alcohol, abandono de niños, delincuencia, suicidios… Falta de escuelas y analfabetismo…

Poco tiempo y pocas posibilidades le quedaban a cualquier obrero, con la suerte de tener trabajo, para ocuparse de la educación de los hijos o de la sana diversión y cuidado de la familia…

La cuarta parte de la población de Turín eran jóvenes. La mayor parte, pobres. Entre ellos un buen número de huérfanos o de padre desconocido o que habían huido de su casa o de su amo. 

Los que no encontraban trabajo, o permanecían poco tiempo en él, o simplemente no lo buscaban, eran muchísimos. Trataban de sobrevivir de la manera que fuera, y malvivían en algunos de esos barrios periféricos, que además de lo dicho, eran muy peligrosos debido a las bandas juveniles que campaban a sus anchas… Muchos habían estado en la cárcel varias veces, por lo general por pequeños robos. Era inevitable que muchos se metieran en problemas y terminaran en la cárcel.

A estos muchachos en dificultad, la literatura del tiempo los denominaba “pobres y abandonados”… Son los “totalmente abandonados a sí mismos”. Ellos son los que focalizaron la atención del joven Don Bosco desde los primeros días de su vida en Turín. No se trataba de pobres “normales”, ni campesinos “normales”  como los de I Becchi, entre los que podía contarse él mismo -que de algún modo también era un inmigrante, que había venido a la ciudad, procedente del campo-, ni de pobres estudiantes (como los de Chieri). No. Los de Turín eran otro tipo de pobres. Eran… “jóvenes en riesgo”, en peligro, y... en muchos casos, “peligrosos para ellos mismos y para los demás”.

Totalmente abandonados a sí mismos, estaban sometidos al más alto riesgo… 

Según testimonios contemporáneos, los jóvenes que encontraban trabajo, además de ser explotados, en gran parte estaban expuestos a toda suerte de peligros físicos y morales… 

La pronta inserción de los muchachos en el mundo del trabajo, en el pasado, había constituido, en general, un eficaz antídoto para la vagancia y los vicios. Ahora, ya nbo era así. En esos años de preindustrialización y de primera industrialización, estaba siendo todo lo contrario, como consecuencia de los pesados ritmos de producción en las manufacturas, y por los ambientes malsanos que debían soportar.

Muchísimos contraían enfermedades en el lugar de trabajo: tuberculosis, intoxicaciones e infecciones virales. El porcentaje de muertes producidas por estas enfermedades se elevaba a cerca del 12%. Los muchachos que sobrevivían quedaban, con frecuencia, debilitados de por vida. 

Eran, frecuentemente, castigados por las más ligeras infracciones (esta situación de riesgo físico y moral explica la práctica de Don Bosco de visitar a sus chicos en el lugar de trabajo y pedir contratos escritos de sus amos. Ello da lugar también a montar sus propios talleres en el Oratorio). 

Del conjunto de los jóvenes, solo 1 de entre 5 iba o, había ido durante algún tiempo a la escuela. Cerca del 40% de los de menos de 20 años eran analfabetos.

Todos los días, muchísimos muchachos se agolpaban en la zona de la plaza del mercado de Porta Palazzo, esperando ser contratados o, simplemente, “dando vueltas”.

Los domingos y festivos se veía un reguero de chicos muy pobremente vestidos y escasamente aseados, privados de tutela y de control, que invadían calles, plazas y espacios libres de la periferia, uniéndose a los grupos de los vagos y maleantes, ante los ojos preocupados de los ciudadanos y de las autoridades…

¿Qué hacían las autoridades además de lamentarse?  Los documentos hablan de la respuesta ineficaz y de la incapacidad para solucionar necesidades de los pobres,  como la falta de escuelas, hospitales y centros de acogida.  

Concretamente, por lo que respecta a la trágica situación juvenil, el Estado, además de la aplicación de medidas represivas, hay que decir, en honor a la verdad, que estaba haciendo un esfuerzo significativo para reformar las viejas estructuras correccionales, impulsado por una nueva clase dirigente, procedente de un sector de las clases medias y de la aristocracia, que no representaba a la mayoría de la sociedad, pero que tenía medios y era movida por una auténtica preocupación e interés moral. Entre los seriamente concienciados se encontraba el mismo rey Carlos Alberto.


¿Y qué hacía la iglesia? 

Por una parte, mantenía un sistema de asistencia que resultaba antiguo e incapaz de dar una respuesta adecuada a los problemas, particularmente a los de los jóvenes en situación de riesgo. Muchas actividades de los sacerdotes en las parroquias, con toda su buena voluntad, solo servían para poner de manifiesto la inutilidad de las estructuras establecidas. 

Por otra parte, la situación comenzaba a ser afrontada por personas e instituciones como las puestas en marcha por el sacerdote José Benito Cottolengo o por la marquesa Julia de Barolo, y por una nueva generación de sacerdotes, dentro de un proyecto de la iglesia de Turín. Muchos de estos sacerdotes se formaban o se habían formado en el Convitto. Eran hombres conscientes del problema y activadores de respuestas que en muchos casos los llevaban lejos, como en el caso de don Cocchi, uno de los “nuevos curas” que entendieron y respondieron al reto que planteaba la nueva realidad social turinesa… Ahí tenemos a Don Bosco.

SEGUIMOS EL ITINERARIO DE DON BOSCO, DE 1841 A 1846

IGLESIA DE LA VISITACIÓN

Aquí hizo el seminarista Juan Bosco sus Ejercicios Espirituales en la preparación inmediata a la ordenación sacerdotal, del 26 de mayo al 4 de junio de 1841. 

El ambiente favorece que se fije en San Francisco de Sales y que se acerque a él.

LA IGLESIA DE LA INMACULADA EN EL PALACIO ARZOBISPAL

Aquí fue ordenado sacerdote Juan Bosco, el 5 de junio de 1841, con otros cinco compañeros.

Es la capilla del arzobispado y está dedicada a la Inmaculada Concepción.  

Es obra del arquitecto Guarino Guarini que la levantó entre 1675 y 1697. La fachada se concluyó en 1730 con ocasión de la beatificación de San Vicente de Paúl. 

EL CONVITTO ECCLESIÁSTICO

Era una residencia sacerdotal en la que los jóvenes sacerdotes se preparaban al apostolado completando sus estudios y realizando experiencias pastorales bajo la guía de expertos maestros. 

Don Bosco ingresó en el Convitto el 3 de noviembre de 1841 por invitación de don Cafasso, que era su confesor y director espiritual, y permaneció en él durante tres años. 

Don Bosco afirma que aquí aprendió a ser sacerdote. Los sacerdotes Guala, Golzio, Borel, Cafasso... fueron sus profesores, acompañantes y colaboradores. Buena parte de las primeras actividades del Oratorio de estos primeros años se realizaron en los espacios de esta institución (iglesia, patio, capillas…).

IGLESIA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS

Al día siguiente de su ordenación sacerdotal, el domingo 6 de junio de 1841, Don Bosco celebró la Eucaristía en el altar del Ángel Custodio de esta iglesia de san Francisco de Asís.

LA DECIDIDA OPCIÓN DE DON BOSCO POR LOS JÓVENES

El 8 de diciembre de 1841, fiesta de la Inmaculada, a los seis meses de su ordenación sacerdotal, tuvo Don Bosco, en la sacristía de esta iglesia de San Francisco de Asís, el célebre encuentro con Bartolomé Garelli. 

Este encuentro fue el comienzo firme de la obra de Don Bosco. Por eso, la Familia Salesiana considera la fiesta de la Inmaculada como el día de su nacimiento.

Escribe el mismo Don Bosco en las Memorias del Oratorio:

ESCUCHA…

«Apenas entré en el Convitto de San Francisco de Asís, me encontré de inmediato con una cuadrilla de muchachos que me acompañaban por calles y plazas y en la misma sacristía de la iglesia del instituto. Me resultaba imposible ocuparme directamente de ellos por falta de local. Un gracioso episodio me ofreció la ocasión para intentar sacar adelante el proyecto en favor de los jóvenes que andaban errantes por las calles de la ciudad, particularmente, de los salidos de las cárceles.

El día solemne de la Inmaculada Concepción de María, a la hora establecida, me encontraba revistiéndome con los ornamentos sagrados para celebrar la santa misa. El sacristán, Giuseppe Comotti, al descubrir en un rincón a un jovencito, le invitó a que me ayudar a misa.

- No sé, respondió él, muy avergonzado.

- Ven, replicó, debes hacerlo.

- No sé, repuso el jovencito, no lo he hecho nunca.

- Eres un animal, afirmó furiosamente el sacristán; si no sabes ayudar a misa, ¿a qué vienes a la sacristía?


Mientras decía esto, agarró el mango del plumero y la emprendió a golpes en la espalda y en la cabeza de aquel pobrecillo.

Mientras este echaba a correr, grité yo con fuerza:

- ¿Qué hace?, ¿por qué pegarle de ese modo? ¿qué ha hecho?

- ¿Por qué viene a la sacristía si no sabe ayudar a misa?

- Pero usted ha hecho mal.

- ¿Y a usted qué le importa?

- Me importa mucho; se trata de un amigo mío. Llámele inmediatamente, necesito hablar con él.

- Tuder, tuder, exclamó, llamándole y corriendo tras él. Asegurándole que no le haría daño, lo condujo a mi lado.

El muchacho se acercó temblando y llorando por los golpes recibidos.

- ¿Has oído ya misa?, le dije con el cariño que me fue posible.

- No, respondió.

- Ven, pues, a oírla; después me interesaría hablarte de un asunto que te va a gustar.


Aceptó. Deseaba mitigar el disgusto de aquel pobrecito y no dejarle con mala impresión hacia los responsables de aquella sacristía. Celebrada la santa misa y practicada la debida acción de gracias, trasladé a mi aspirante a un coro. Sonriendo y asegurándole que no debía temer más bastonazos, empecé a preguntarle de esta manera:

- Mi buen amigo, ¿cómo te llamas?

- Me llamo Bartolomé Garelli.

- ¿De qué pueblo eres?

- De Asti.

- ¿Vive tu padre?

- No, mi padre ha muerto.

- ¿Y tu madre?

- Mi madre ha muerto también

- ¿Cuántos años tienes?

- Tengo dieciséis.

- ¿Sabes leer y escribir?

- No sé nada.

- ¿Has sido ya admitido a la primera comunión?

- Todavía no.

- ¿Te has confesado alguna vez?

- Sí, pero cuando era pequeño.

- Ahora, ¿vas al catecismo?

- No me atrevo.

- ¿Por qué?

- Porque mis compañeros más pequeños saben el catecismo; y yo, tan mayor, no sé nada. Por eso me da vergüenza ir a las clases.

- Si te diera catecismo aparte, ¿vendrías a escucharlo?

- Vendría con mucho gusto.

- ¿Vendrías con agrado a esta sala?

- Vendré con mucho gusto, siempre qu no me peguen.

- Estate tranquilo, nadie te tratará mal. Al contrario, serás mi amigo, tendrás que tratar conmigo y con nadie más. ¿Cuándo quieres que comencemos nuestro catecismo?

- Cuando usted quiera.

- ¿Esta tarde?

- Sí.

- ¿Quieres ahora mismo?

- Sí, también ahora; con mucho gusto.


Me levanté e hice la señal de la santa cruz para comenzar, pero mi alumno no la hacía porque no sabía. Aquella primera lección de catecismo la dediqué a enseñarle a hacer la señal de la cruz y a que conociera al Dios creador, junto al fin para el que nos creó. Aunque de flaca memoria, dada su asiduidad y atención, en pocos domingos logró aprender las cosas necesarias para hacer una buena confesión y poco después su santa comunión.

A este primer alumno se unieron otros muchos; durante aquel invierno me centré en algunos mayores que tenían necesidad de una catequesis especial y, sobre todo, en los que salían de las cárceles.

Palpé entonces, por mí mismo, que estos muchachos reemprendían una vida honrada, olvidando el pasado, y se transformaban en buenos cristianos y honrados ciudadanos, si, una vez fuera del lugar de castigo, encontraban una mano benévola que se ocupara de ellos, los asistiera en los días festivos, les buscara un lugar de trabajo con un buen patrón, yéndolos a visitar alguna vez durante la semana. 

He aquí el origen de nuestro Oratorio, que con la bendición del Señor, creció tanto como entonces nunca hubiera imaginado».

INTERIORIZA EL MENSAJE…

La rápida respuesta de Don Bosco al sacristán: “Es un amigo mío”, le había asomado espontáneamente a los labios. Quería llegar a aquel joven a través de la amistad y la confianza.

“…le dije con la ‘amorevolezza’ que me fue posible…”

Y llega el momento cumbre de aquel diálogo con el «”¿Sabes silbar?”. Y entonces el chico sonrió».

(Esta pregunta de Don Bosco y la sonrisa del chico no aparecen en las “Memorias del Oratorio”; fueron recogidas de labios de Don Bosco por Don Ruffino en su “Crónica” de 1860. Lo mismo pasa con el “Avemaría” final)

Esta página representa para Don Bosco, lo que la Anunciación fue para María de Nazaret. Dios sale al encuentro de Don Bosco no a través de un arcángel sino de un joven emigrante de dieciséis años. 

En este diálogo entre Don Bosco y Bartolomé Garelli, aquí, en la sacristía de esta iglesia de San Francisco de Asís, emergen, de manera embrionaria, los tres elementos básicos del Sistema Preventivo: amorevolezza (amor demostrado…, bondad con cariño…); razón y religión. 

Asimismo, aparecen los rasgos característicos de la obra salesiana: casa que acoge y es familia; escuela que educa para la vida; parroquia que evangeliza; y patio donde encontrarse con los amigos y pasarlo bien. En el centro de todo, la persona del joven: “Me interesas tú, tal como eres”. Es la actitud del educador que despertará la confianza.

ELIGE, PROPONTE…

1. Lee despacio el relato. Quédate con aquello que más te llame la atención. Saboréalo en clima de oración, en este ambiente tan entrañable de San Francisco de Asís en Turín…

2. Pregúntate: ¿estoy marchando también yo por este camino que es el camino de Don Bosco? ¿Soy amigo de mis alumnos? ¿Despierto su confianza? ¿Sienten en mi amistad, no al educador o profesor, sino al hermano que quiere su bien sobre todas las cosas?

3. ¿Cómo mejoraré en “acogida incondicional” y en “familiaridad”, imprescindibles para crear confianza?

4. ¿Cómo vivo estas actitudes de Don Bosco?:

5. Si te parece bien, y puedes, hazte un decálogo en el que expreses tus convicciones educativas relacionadas con esta mirada positiva y las consecuencias prácticas que se deducen para tu labor educativa.

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