En el mapa que tienes a continuación, puedes localizar los lugares de nuestro itinerario, según el orden cronológico de la infancia y la juventud de Juan Bosco: Capriglio, Colle Don Bosco, Morialdo, Castelnuovo, Chieri, Albugnano…
El centro del proceso de crecimiento y de maduración de Juan Bosco fue, sin duda, su madre Margarita.
¿Quién fue esta mujer que con tanta sabiduría supo conducir los primeros pasos de Juan, y en la que tanto se inspiró él en su misión de padre, maestro y amigo de los jóvenes?
Margarita Occhiena nació el 1 de abril de 1788. Fue la sexta de diez hermanos, de los cuales, habrás oído hablar de Mariana y de Miguel, ligados más íntimamente a la vida de Juan Bosco. Por insistencia de Mariana, cuando trabajaba con el sacerdote maestro del pueblo, don José Lacqua, como ama de llaves de la casa parroquial, Juan, con seis o siete años, fue admitido a la escuela de Capriglio. Miguel fue el tío más cercano a las inquietudes de su sobrino por el estudio y por la vocación sacerdotal.
Margarita vivió en su casa de Capriglio hasta los 24 años. Casada con Francisco Luis Bosco en 1812, vivió con la familia en I Becchi, trabajando la propiedad de los señores Biglione, hasta noviembre de 1817, año en que, fallecido su esposo, tuvo que trasladarse con sus tres hijos y su suegra, a la Casita que todos conocemos, en donde permanecieron hasta 1831.
Desde 1831, durante 9 años, vivió y trabajó con su hijo José Luis en la finca de Sussambrino de Castelnuovo.
Desde 1839 o 1840 vivió en la casa construida por su hijo José en I Becchi, hasta que se trasladó al Oratorio de Valdocco en Turín en 1846 con Don Bosco. Allí falleció a los 68 años, el 25 de noviembre de 1856.
Mujer fuerte, de ideas claras. Decidida en sus opciones, observaba un estilo de vida sencillo y a la vez exigente. Se mostraba, sin embargo, amable y razonable en cuanto se refería a la educación cristiana de sus hijos. Educó a los tres muchachos, Antonio, José Luis y Juan Bosco, de temperamentos muy diferentes, con gran amor de madre y sin intentar jamás igualar a los tres.
Más de una vez se vio obligada a tomar decisiones extremas (tal como tener que enviar fuera de casa al más pequeño, a fin de preservar la paz en casa y ofrecerle la posibilidad de estudiar); con gran fe, sabiduría y valentía, trataba de comprender la inclinación de cada hijo, ayudándoles a crecer en generosidad y en espíritu emprendedor.
Es a su madre y a su acción educadora, a quien Don Bosco atribuye el mérito de haber enraizado en él el sentido de Dios y una visión de fe de la realidad y de la historia. Los hijos de Margarita fueron educados por ella para saber contemplar a Dios en la naturaleza y en los acontecimientos. Les recordaba cómo estaban siempre bajo la mirada amorosa y el cuidado de aquel gran Dios, todo Amor, con el que un día se tenían que encontrar en plenitud.
Les permitía ir a divertirse en los prados cercanos. Con los espectáculos de la naturaleza desde estos prados reavivaba igualmente, en ellos, de continuo, el recuerdo de su Creador. Al pasear en una noche estrellada, les mostraba el cielo y les decía: Es Dios el que ha creado el mundo y ha puesto allá arriba tantas estrellas. Si tan bello es el firmamento, ¿qué no será el paraíso? Al llegar la primavera, delante de una extensa campiña, o de un prado lleno de flores, ante un bonito amanecer o un inusitado ocaso, exclamaba: ¡Cuántas cosas bellas ha hecho el Señor para nosotros!
Con un cariño especial acompañó a su hijo Juan en su camino hacia el sacerdocio y, a sus 58 años, dejó en I Becchi a su hijo José y a sus nietos, y siguió a su hijo Don Bosco en su misión entre los muchachos pobres y abandonados de Turín. Era el año 1846.
Así, durante diez años, madre e hijo unieron sus vidas con los inicios del trabajo salesiano. Ella fue la primera y principal salesiana cooperadora y, con su amabilidad hecha vida, aportó su presencia maternal al Sistema Preventivo. Fue así como, aún sin saberlo, llegó a ser la “cofundadora” de la Congregación Salesiana para la educación de los jóvenes y de los niños.
Era analfabeta, pero estaba llena de aquella sabiduría que tienen las personas buenas, ayudando de este modo, a tantos niños y jóvenes de la calle, hijos de nadie. Para todos ellos era, Mamá Margarita.
Hoy está introducida su causa de beatificación y canonización.
No se puede hablar de la formación pedagógica de Don Bosco sin aludir a la confluencia de diversas experiencias. La primera de ellas, “la escuela” de su madre, en su infancia, que constituye la primera matriz de su personalidad de educador.
La realidad de la familia quedó impresa en la mente, en el corazón, en la pesonalidad de Juan Bosco. Los elementos que su familia le proporcionó, o que de algún modo nacieron en él durante aquel tiempo de su infancia, lo marcaron para siempre. Toda su vida se esforzará en hacer vivir a sus muchachos (muchos de ellos huérfanos como él y sin hogar) la dulzura, la paz, la seguridad que, a pesar de las dificultades, encontró él en su familia de I Becchi. Ahí está la raíz del espíritu de familia que Don Bosco quería para sus casas y para toda la labor educadora salesiana.
La dulzura y la firmeza que brotaban del amor de la madre. Es determinante la influencia de Margarita en ausencia del padre, difunto a muy temprana edad, que se muestra “madre paterna”, de “firmeza tranquila y serena alegría”.
El trabajo y la entrega. El espíritu de lucha diaria, para salir adelante en una situación de pobreza, a veces extrema, con el conflicto que solía surgir con Antonio.
El sentido de Dios. Dios está presente en la vida cotidiana de la familia. El sentido de Dios es vivido y transmitido por su madre como la gran referencia de la vida. Dios es, sin duda, un ser querido, contemplado, orado, respetado, testimoniado.
La razón. Para pedir que se aclaren las cosas, los piamonteses emplean la palabra “rasunúma”, que significa “hablemos esto”. También Margarita acostumbraba a ello a sus hijos. Procura que comprendan sus argumentos y también ella reconoce los suyos.
El valor. Margarita no es madre aprensiva o temerosa. A Juan le gustan las aventuras y el riesgo, como subir a los árboles, los juegos, la iniciativa… Y ella le deja hacer…
El gusto de actuar conjuntamente. La familia aparece reunida en la oración. A Juan le gusta hacer las cosas con su hermano José que le sigue y le protege. Y se siente extraordinariamente unido a su madre.
El gusto de estar reunidos. Es uno de los valores de la vida campesina. Juan lo disfrutó y lo aprendió conscientemente. “Entre vosotros me encuentro bien”, es uno de sus eslóganes. El tiempo libre, la creatividad infantil, la relación con los compañeros, los juegos, las fiestas…
Un amor personalizado y grande. La pasión por los pájaros le llevó a descubrir en “un mirlo” el objeto de todo su cariño. Lo cuidó, lo mimó, le enseñó a silbar. Pero el mirlo se murió. Y el corazón de Juanito se rompió en pedazos. Era “su mirlo”. Una imagen del amor personalizado que tratará de tener siempre para cada uno. “Todos nos sentíamos queridos personalmente por él”, decían de Don Bosco sus jóvenes.
La vivencia parroquial habitual de las familias. Celebraciones dominicales, petición de consejo, catequesis, fiestas, la misión de Butigliera, la relación con los sacerdotes… Juan Bosco recuerda particulamente la figura de Don Calosso.
► La vida y la actuación de Mamá Margarita, ¿pueden ser fuente de inspiración para tu vida de padre o de madre, y de educador?
► De los valores que Mamá Margarita supo ayudar a forjar en Juan Bosco, ¿cuáles son los que necesitan más los chicos y las chicas de hoy? ¿Piensas que les estáis ayudando a asimilarlos y hacerlos suyos con vuestra acción educativa tal como la desarrolláis en vuestro centro?